Para Elisa Lorca, después de todo lo que le pasó, ir a un negocio y ver personas con el barbijo mal colocado -con la nariz descubierta- o que directamente no llevan el cubreboca-nariz-mentón le produce tristeza. No sólo porque desde hace meses se machaca con la necesidad de utilizarlo para reducir la posibilidad de contagio de la covid-19, sino porque ella conoce los dos lados del mostrador del coronavirus: profesional de la salud afectada a un centro de aislamiento e internada en terapia intensiva una semana.

“Si la gente tan sólo cumpliera con el barbijo bien puesto, la distancia social y el lavado de manos se alivianaría la carga. Tanto trabajo de tanta gente para controlar la situación y ver la gente que no usa el barbijo... esta es una lucha que tenemos que dar todos juntos”, afirmó la fonoaudióloga de 40 años. Ella accede a contar su historia con la enfermedad que ya superó los 241.000 infectados en el país con una única misión: “espero que al menos una persona entienda la importancia de no descuidarse, de cumplir con las recomendaciones para no contagiarse”, agregó Lorca.

Vocación de servicio

Lorca trabaja en el Centro de Atención Primaria de la Salud (CAPS) Yerba Buena. Cuando comenzaron las medidas de reorganización del sistema de salud por la pandemia, ella quedó sin demasiadas tareas: la mayoría de sus pacientes son niñas y niños. Como se prorrogaron los turnos para cumplir con el aislamiento obligatorio, se abocó a la tarea organizativa de la vacunación antigripal. Coordinar para que enfermeras y agentes sociosanitarios puedan llegar a las personas que tienen prioridad para vacunarse.

Luego recibió el llamado de su jefa, Claudia Dulac, quien le pidió que se sume al equipo de trabajo en el centro de aislamiento montado en La Rural. “Empezamos en mayo. Fue un trabajo arduo con muchos profesionales, médicos, enfermeros, agentes sociosanitarios, data enter... muchas personas que nos pudimos ensamblar como equipo a la perfección, todos con vocación de servicio, con ganas de estar ahí”, narró Lorca.

Recibieron a más de 300 personas, entre quienes arriban a la provincia de otros puntos del país y debían aislarse preventivamente, sumado a pacientes que daban positivo en los tests y no requerían de mayor atención.

El panorama cambió el 7 de junio, cuando llegó un colectivo trasladando personas de Buenos Aires: el famoso “colectivo de los contagios”, el primer caso provincial de contagio por conglomerado.

“Nunca tuve miedo de continuar trabajando. Mis amigas se ríen porque dije que capaz que me contagiaba, que ‘miedo no tengo, morirme no me voy a morir por eso’. Soy creyente y me encomendaba a Dios”, continuó.

Colectivo de contagio

“El colectivo llegó el 7 de junio a la provincia. Cuando se confirmó el primer positivo de ese colectivo, definí que mi hijo vaya a vivir con mi mamá para cuidarlo”, sigue la narración. Mateo, de 9 años, pasaba a comunicarse con su mamá por teléfono.

“El virus es altamente contagioso, hubo muchos positivos y era inevitable que profesionales de la salud den positivo. Me tocó a mí, como a muchos compañeros del grupo. Después trasladaron a un grupo de La Rural a Horco Molle, para que estén más aisladas. Como no era necesario que haya tantas personas trabajando, en una reunión nos dijeron que podíamos tomarnos una semana de descanso y que nos iríamos turnando. Hice un hisopado para estar con mi hijo, porque vivo sola. El 4 de julio me llamaron el doctor (Luis) Medina Ruiz (secretario Ejecutivo Médico del Siprosa) y la doctora Rossana Chahla (ministra de Salud) para informarme que di positivo. Me acuerdo que respondí que era inevitable, que era de esperar”, rememoró. Llamó a su hijo y le dio la noticia: “cuando le dije que había dado positivo, él tenía miedo de que me muera. Le dije que no me iba a pasar, que Dios me acompañaba”.

Positivo

Lorca fue trasladada al hospital Avellaneda en ambulancia. Ahí le realizaron estudios para conocer el estado de sus pulmones. “En cuestión de horas comencé a sentar un malestar, una presión en el pecho. Me costaba respirar, no toleraba nada en el estómago. Después el dolor de cabeza espantoso. He tenido dolores de cabeza, pero como ese... Nunca, no me pasaba con nada. Luego me dijo el doctor que me recibió que necesitaba ir a una cama UTI (por Unidad de Terapia Intensiva) porque tenía los pulmones afectados. No fumo, no tomo, soy sana y me afectó igual. Me trasladaron al Centro de Salud”, siguió el relato.

Ella, que llevaba un mes sin ver a su hijo o al resto de su familia salvo por videollamada, quedó internada. Los primeros contactos fueron sólo por llamada. El sonido de los aparatos de la terapia puso nerviosos a su hijo y a su mamá en cada llamada, pero escucharse la voz ya era un mimo.

“Estuve unos días más o menos hasta que comencé a repuntar. La atención de los enfermeros fue increíble, buenísima. En UTI estuve más o menos una semana, luego pasé a una habitación. Angustia el encierro, pero trataba de leer o de ver películas. Leía cosas del trabajo. El programa más divertido era el almuerzo, el desayuno, charlar con alguna enfermera o enfermero que tenía un momento. Para que pase el tiempo”, recordó el trajín del hospital.

No perdió el olfato, como otras personas, pero sí tenía alterado el sentido del gusto. Pasaron los dolores de cuerpo, el cansancio, la presión en el pecho por la dificultad para respirar y el dolor de cabeza. “Es horrible la sensación de no poder respirar. Y el dolor de cabeza que no se compara con nada”, agregó. Rezaba todas las noches por teléfono con su mamá, agradecía a Dios cada mañana por seguir viva. Leía los mensajitos que amigos y conocidos le mandaron por celular.

Recuperarse

“Tras dos semanas, me hicieron un hisopado y dio negativo. Esperamos dos días más y de nuevo negativo. Ahí me dieron el alta. Me cambié de ropa, me saniticé por completo y fui a verlo a mi hijo. Caí de sorpresa a la casa de mi mamá. Mantuve distancia con mi familia, con mi hermano que me vino a buscar. Pero lo vi a mi hijo y... fue al único que abracé. Quería verlo a él y que mi mamá me vea porque estaba bien. Después volví al departamento y estuve sola. Ya tengo el alta, estoy ahora con mi hijo pero todavía no vuelvo al trabajo porque restan algunos trámites con la ART”, recordó.

Ella no sintió discriminación o maltratos por haber dado positivo a la covid-19. Pero sí nota esas situaciones con otras personas. “No me pasó personalmente, pero ves lo que pasa con la gente en Lastenia, por ejemplo. La gente señala que tal ha contagiado, que ha traído el virus. Tenemos que pensar que nadie está exento de que le pase. Una persona no elige enfermarse, está aislada, angustiada y pensando si no habrá contagiado a más gente. La tristeza que genera el aislamiento y esa incertidumbre... en vez de eso hay que tratar de ayudar, de mandar un mensaje y dar fuerzas. Cuento esto porque quiero que sirva para tomar conciencia”, finalizó.